miércoles, 21 de octubre de 2015

Una ecología integral

cedro del Libano.

El capítulo cuarto de la encíclica Laudato si’, del Papa Francisco se abre con una presentación clásica de la ecología: “La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan”. Pero el documento amplía esta definición para abarcar las condiciones de vida y supervivencia de la sociedad (LS 138). De hecho, el Papa nos propone el ideal de una ecología integral, es decir, ambiental, económica, social y cultural.
Y recuerda una frase de Benedicto XVI: “Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales” (LS 142). Esa es una verdad como un cedro del Líbano. Al crimen de destrozar los bosques hay que unir otros: adulterar las relaciones sociales, dinamitar los monumentos y pervertir las instituciones que constituyen el patrimonio de la humanidad (LS 143).


El principio básico es respetar la vida. Hoy se menciona constantemente el ideal de la “calidad de vida”. Pero ese término es ambiguo y resbaladizo. Como de paso, advierte el Papa que la noción de “calidad de vida” no puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano” (LS 144). ¿A qué viene esa advertencia? A veces caemos en la tentación de despreciar el estilo de vida de otras culturas. Pero eso es una vergüenza. En la encíclica se viene a decir que no se puede ignorar el valor de una cultura determinada, de esas que despreciamos como “primitivas”.

Un día se nos informa que ha desaparecido una de esas culturas allá en las selvas del Amazonas. Y nos quedamos tan frescos. Pero la desaparición de una de esas culturas “es tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal” (LS 145).
Con frecuencia los medios de comunicación del primer mundo critican a los “primitivos” de haber destruido el contexto natural. Y nadie se escandaliza de esa calumnia. Esas culturas aborígenes han vivido en sintonía con su ambiente y lo han preservado mejor que nadie (LS 146). Tras sugerir algunas iniciativas muy concretas para fomentar el ejercicio de una ecología de la vida cotidiana, en el hogar y en el puesto de trabajo, el Papa evoca la calidad de vida que se puede promover en las ciudades, en los barrios y en las zonas rurales. Pero también nos invita a observar y evitar la posible degradación de esos mismos espacios. Hay que soñar y luchar para que también en esos lugares, las personas se sientan como en casa (LS 147-155).


Hemos olvidado la majestad del bien común. El Papa Francisco subraya una vez más la necesidad de respetarlo y promover ese principio (LS 156-158). Y el deber de observar las obligaciones de justicia entre las generaciones. “A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad” (LS 161).
No puede ser .Hay que dejarles una tierra vivible y hermosa. Esta es la hora de revisar nuestros criterios egoístas de consumo y desperdicio. Pues bien, en esta línea se sitúa la encíclica “Laudato si’, mi’ Signore” del Papa Francisco. A ella habrá que volver con frecuencia.
José-Román Flecha Andrés
fuente. www.donbosco.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario